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13 de junio: San Antonio de Padua, Doctor de la Iglesia

Predicación y milagros al servicio del Reino de Dios

Un noble portugués que, renunciando a las riquezas y los honores, optó por ingresar entre los canónigos agustinos. Conmovido más tarde por el testimonio de los cinco protomártires franciscanos, se hizo discípulo del Poverello, poniéndose al servicio de la Palabra mediante la predicación. Es San Antonio de Padua, nacido en Lisboa hacia 1195, en el seno de una familia noble, y bautizado con el nombre de Fernando. Sus primeros años de formación transcurrieron bajo la tutela de los canónigos de la catedral.

En torno a los quince años decidió seguir su vocación y entró en el convento agustino de San Vicente, extramuros de Lisboa. Así inició su camino de consagración a Dios. Tras dos años en aquel lugar, solicitó y obtuvo de sus superiores permiso para trasladarse a Coímbra, entonces capital de Portugal, donde se hallaba otro monasterio agustino. El traslado pretendía, al parecer, alejarle de las distracciones propias de la cercanía familiar.

Residió ocho años en el monasterio de Santa Cruz de Coímbra, destacado centro de estudios teológicos, donde profundizó con gran competencia en la Sagrada Escritura y en los Padres de la Iglesia. Con apenas veinticinco años fue ordenado sacerdote.

Por aquel tiempo llegaron a Coímbra los restos mortales de cinco misioneros franciscanos, martirizados en Marruecos y expuestos en la iglesia de Santa Cruz. Este hecho resultó decisivo en su itinerario espiritual. Para sorpresa de todos, en septiembre de 1220 abandonó a los canónigos agustinos y se unió a los frailes de san Francisco de Asís, adoptando el nombre de Antonio.

Partió efectivamente hacia Marruecos, pero no pudo predicar como deseaba y hubo de regresar a causa de una misteriosa enfermedad. Decidió entonces volver a Portugal, mas la nave en que viajaba naufragó frente a la costa de Sicilia. Tras una convalecencia de unos dos meses, se encaminó a Asís para encontrarse con san Francisco, quien, en Pentecostés de 1221, había convocado a todos los frailes. Allí el Pobrecillo confirmó su decisión de seguir a Cristo por la senda de la fraternidad y la humildad.

Más tarde, Antonio llevó una intensa vida de oración y contemplación en el eremitorio de Montepaolo, en la Romaña. En septiembre de 1222, durante las ordenaciones sacerdotales en Forlì, el predicador previsto faltó y él fue llamado a sustituirle: se reveló entonces como un orador excepcional, dotado para anunciar el Evangelio.

Desde aquel día recorrió el norte de Italia y el sur de Francia exhortando a la conversión y a la coherencia de vida. Hacia finales de 1223 empezó a enseñar teología en Bolonia, donde permaneció dos años. Entre 1227 y 1230 fue ministro provincial del norte de Italia, visitando las distintas comunidades. Permaneció prendado de Padua y de la pequeña fraternidad radicada en la iglesuela de Santa María Mater Domini.

En la Cuaresma de 1231 su cuerpo acusó las privaciones. Tras Pascua se retiró con algunos hermanos a Camposampiero, cerca de Padua, huésped del conde Tiso. Quiso vivir en soledad en lo alto de un gran nogal, donde contemplaba a Dios y escuchaba las necesidades de los campesinos. En ese tiempo recibió la gracia de estrechar en sus brazos al Niño Jesús, que se le manifestó.

El 13 de junio de 1231 sufrió un grave quebranto de salud. Fue colocado sobre un carro tirado por bueyes y trasladado a Padua, donde deseaba morir. Al llegar a Arcella, arrabal a las puertas de la ciudad, expiró diciendo: «Veo a mi Señor».

Fue sepultado en Padua, junto a la iglesuela de Santa María Mater Domini. El 30 de mayo de 1232, apenas once meses después de su muerte, Gregorio IX lo canonizó. El 16 de enero de 1946, Pío XII lo proclamó Doctor de la Iglesia universal.

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