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Santo del día

Santo del día

11 de octubre: San Juan XXIII

El Papa de la paz y del diálogo con todos

“Con la mano en la conciencia, que escuchen el grito angustioso que, desde todos los rincones de la Tierra, desde los niños inocentes hasta los ancianos, desde las personas hasta las comunidades, se eleva hacia el cielo: ¡Paz! ¡Paz! Hoy renovamos esta solemne súplica.” Con estas palabras, San Juan XXIII, en un mensaje a Radio Vaticana, lanzó un llamamiento a la paz a los gobernantes del mundo, especialmente a los de los Estados Unidos de América y la Unión Soviética. Era el 25 de octubre de 1962, en plena crisis de los misiles en Cuba.

9 De Octubre: San Juan Henry Newman, Oratoriano y Cardenal

Por el camino de la luz amable

Jesús, “quédate con nosotros y comenzaremos a brillar como Tú brillas, a ser una luz para los demás” (Meditations on Christian Doctrine, VII, 3). Esta célebre frase del Cardenal John Henry Newman resume su pensamiento y su legado. Fue una figura incómoda en su tiempo, que suscitó reacciones diversas, incluso entre los católicos. A él se debe la apertura hacia los laicos y su participación en la evangelización en una Inglaterra del siglo XIX, aferrada a las tradiciones y reacia a las innovaciones. Newman no fue un hombre que se acobardara y promovió un laicado inteligente y bien instruido: “Quiero un laicado que no sea arrogante, ni precipitado en sus palabras, ni polémico, sino hombres que conozcan su religión, que profundicen en ella, que sepan bien dónde se sitúan, qué creen y qué no creen, que conozcan su credo tan bien como para dar razón de él, que conozcan tan bien la historia como para poder defenderlo” (The Present Position of Catholics in England, IX, 390). Así, involucró a los laicos en la enseñanza y la catequesis, enfrentando oposición incluso entre el clero.

7 de octubre: Beata Virgen María del Rosario

Una corona de rosas como resumen del Evangelio

La fiesta del Rosario fue instituida por San Pío V con el nombre de "Santa María de la Victoria", en recuerdo permanente de la batalla de Lepanto, librada el 7 de octubre de 1571, en la cual la flota de la “Liga Santa” derrotó a la del Imperio otomano. Los cristianos atribuyeron la victoria a la protección de María, a quien habían invocado rezando el Rosario antes de la batalla.

Nelli Ottaviano (Gubbio 1370 ca. - ante 1449), Matrimonio mistico di San Francesco e la Povertà, 1425 circa, tempera e oro su tavola, Musei Vaticani.

4 de octubre: San Francisco de Asís, patrón de Italia

De la riqueza a la pobreza por amor a Cristo

Un buen día, el joven Francisco paseaba a caballo por los alrededores de Asís cuando, por el camino, se le cruzó un leproso. Normalmente, los leprosos le aterrorizaban; no se acercaba a sus casas y se negaba a mirarlos. Cuando se encontraba con uno por la calle, apartaba la cabeza y se tapaba la nariz con los dedos para no respirar el mal olor que desprendían. Pero aquel día no se trataba de uno cualquiera. Desmontó de su caballo y le dio al leproso una moneda de plata, besándole la mano. Luego, siguió su camino. Pocos días después, con dinero en el bolsillo, fue a visitar a los leprosos del hospicio. Los reunió y empezó a repartir limosna, besando la mano de cada uno. Había vencido a sí mismo, y desde aquel momento dejó de tener miedo de los leprosos y les sirvió con humildad. Francisco se había transformado; ya no era el joven despreocupado que se paseaba por Asís vestido de juglar, haciendo bromas y bebiendo con sus amigos. Ya no era el derrochador del dinero que ganaba ayudando a su padre, Pietro di Bernardone, un rico comerciante, sino un convertido al amor por Cristo y por sus hermanos. Francisco era un hombre nuevo, quería llevar una existencia que ya no fuera superficial ni vacía. Comprendió que el Maestro a quien servir era Cristo y que su prometida sería para siempre Nuestra Señora la Pobreza. Corría el año 1205. Tenía 23 años. Había nacido, de hecho, en 1182, de una mujer llamada Pica de Bourlémont, originaria de Provenza, donde su padre fue a comerciar con telas. Su nombre de bautismo era Juan, pero le llamaron Francisco, precisamente por las raíces familiares de su madre. Hasta el episodio del encuentro con el leproso, había pasado su juventud divirtiéndose y sin preocupaciones. Se había alistado en la milicia que defendía Asís, en el bando gibelino, contra Perusa, en el bando güelfo, pero fue hecho prisionero en la batalla de Collestrada (1202). Fue encarcelado durante un año hasta que su padre pagó un rescate. Durante ese tiempo, cayó enfermo y comenzó un cierto acercamiento a la fe. Una vez de vuelta con su familia, pasó su convalecencia en la finca de sus padres, acercándose cada vez más a la naturaleza, en la que vio una señal del Creador. A pesar del calvario, siguió soñando con convertirse en caballero. Por ello, partió hacia Apulia para luchar bajo el mando de Gualtiero di Brienne. Sin embargo, en Spoleto volvió a enfermarse. Sus sueños se habían hecho añicos. En ese momento, oyó una voz que le decía que regresara a Asís. Estas experiencias le habían marcado; ya no era el joven de antes. Decidió dar su dinero a la Iglesia y en limosnas.

Pero eso no le bastaba. Hizo un peregrinaje a Roma y encontró un pobre. Quiso experimentar lo que significaba vivir en la pobreza, así que cambió sus ropas por las del miserable y comenzó a mendigar a las puertas de una Iglesia. Al final del día, recuperó sus ropas, dio lo que había obtenido al pobre y regresó a Asís. Desde ese momento, entendió que la pobreza no lo asustaría. No muy lejos de su casa estaba la vieja Iglesia de San Damiano, ya en ruinas. Solo quedaba un gran crucifijo pintado sobre madera. Un día, el crucifijo cobró vida y le dijo estas palabras: “Francisco, ve, repara mi casa que, como ves, está toda en ruinas”. Su respuesta fue inmediata: “Con gusto, Señor”. Entonces, comenzó a vivir como ermitaño. La gente, sin embargo, lo tomó por loco y se convirtió en el hazmerreír de los ciudadanos. Su padre, preocupado porque pensaba que había perdido el juicio, lo llevó de vuelta a casa, lo encerró en su sótano y lo dejó solo con pan y agua durante varios días. Pero la intervención de su madre le permitió recuperar la libertad. El enfrentamiento con su padre llegó a un conflicto abierto, incluso patrimonial. De hecho, para recaudar dinero para restaurar la Iglesia de San Damiano, Francisco utilizó los ingresos de una venta de telas. Esta decisión no le gustó a su padre, quien lo denunció ante los consules de la ciudad. Luego, Pietro di Bernardone lo llevó a juicio ante el obispo Guido. En esa ocasión, Francisco realizó el gesto que ha pasado a la historia. En los locales de la antigua catedral de Asís, Santa María la Mayor, se despojó de toda su ropa para expresar su renuncia a toda propiedad terrenal. El obispo Guido, entonces, lo cubrió con su manto. Con este gesto, lo acogió bajo la protección de la Iglesia. Francisco declaró que Pietro di Bernardone ya no sería su padre, sino que lo sería el Padre de los Cielos. Estaba definitivamente libre de todo lazo o vínculo humano. Después de restaurar la iglesia de San Damiano, quiso reconstruir también otras iglesias, como Santa María de los Ángeles, conocida como la “Porziuncola”, y San Pedro de la Espina. Desprendido de todo, se vistió con una sencilla túnica e inauguró una nueva forma de vida. Recorrió ciudades y pueblos mendigando y anunciando la Palabra de Dios. Desde ese momento, nobles, burgueses, clérigos y laicos comenzaron a seguirlo y a vivir bajo su regla, después de haber renunciado a las preocupaciones y vanidades del mundo. Bernardo de Quintavalle fue el primero en dar todos sus bienes a los pobres. Algunos compañeros lo siguieron más de cerca. Se unieron a él Egidio de Asís, Pietro Cattani, Angelo Tancredi, Masseo, Leone y Ginepro. Pronto se convirtieron en doce. Francisco llamaba a sus compañeros “hermanos”.

El 24 de febrero de 1209, Francisco acudió a la misa celebrada por un sacerdote en la capilla de la “Porziuncola”. Durante la lectura del pasaje de Mateo 10, 5ss, que hace referencia a la misión confiada por Jesús a los Apóstoles, comprendió que ése era el programa de vida al que estaba llamado.

La primera Regla que escribió era un conjunto de citas del Evangelio y reglas de vida muy sencillas. Fue aprobada por Inocencio III en 1209. Con ella nació la Orden de los Hermanos Menores, que tenía como principios fundamentales la fraternidad, con vida en común, la humildad, el servicio a los últimos, la pobreza y el espíritu misionero.

Conquistada por el ejemplo de Francisco, la joven Clara de los Offreducci, la tarde del Domingo de Ramos de 1211 o 1212, huyó de su casa para reunirse con él en la Porciúncula. Francisco le cortó el pelo y le hizo vestir el hábito franciscano. Al poco tiempo la siguió su hermana Inés: éste fue el comienzo de la Segunda Orden Franciscana.

En 1217, en el Capítulo celebrado en Santa María de la “Porziuncola” en Asís, Francisco decidió enviar algunos hermanos a Francia, Alemania, Hungría, España y aquellas otras provincias de Italia donde sus discípulos aún no habían llegado.

Comenzó así a enviar a los hermanos a predicar de dos en dos por las calles de pueblos y ciudades. Su forma de vida no consistía en permanecer en un monasterio, sino en compartir las dificultades y las pruebas de la vida con los demás. 

Tres veces intentó Francisco llegar a Tierra Santa para convertir a los infieles. La primera, se embarcó en Ancona, quizá hacia 1212-1213, pero debido a una tormenta desembarcó en la costa de Dalmacia y regresó a Asís. Al año siguiente, intentó ir a Marruecos vía España, pero una enfermedad le obligó a regresar. La tercera vez fue en 1219, cuando se celebró el segundo capítulo general en la Porciúncula. Partió hacia Oriente vía Ancona. En agosto, llegó a Damietta sitiada por los cruzados; entonces, con el hermano Illuminato, quiso entrevistarse con el sultán al-Malik al-Kāmil, para anunciarle el Evangelio. No consiguió convertirlo, pero no fue objeto de persecución; al contrario, el sultán le dio un salvoconducto para viajar por sus dominios. En otoño de 1220 regresó a Italia.

En 1219, un grupo de frailes menores vivía en la ermita de Olivais, cerca de Coimbra (Portugal). De allí partieron cinco frailes, primero a las regiones moras de Andalucía y luego a Marruecos, donde fueron martirizados por los sarracenos el 16 de enero de 1220. Un canónigo agustino, llamado Fernando, los había conocido en Coimbra. Impresionado por su testimonio, quiso entrar en la Orden de los Hermanos Menores, donde se convertiría en el famoso San Antonio de Padua.

En 1223, Francisco quiso revivir el ambiente del nacimiento de Jesús. En Greccio, hizo preparar un pesebre, un asno y un buey. Los personajes eran los propios pastores y la gente del lugar. El altar para la celebración de la misa fue el pesebre y Francisco, que era diácono, cantó el Evangelio y luego predicó a los presentes, que habían acudido a conmemorar el nacimiento del Salvador.

El 17 de septiembre de 1224, en La Verna, en las montañas del Casentino, meditaba sobre los sufrimientos de Cristo, cuando se le apareció un serafín que le imprimió los estigmas. En San Damián compuso en 1225 el famoso Cántico de las Criaturas. En junio de 1226 escribe su Testamento, donde subraya la importancia de conservar el espíritu original de la Regla, sin abandonar su vocación de ayudar a los últimos y a los necesitados.

De regreso a Asís, sintiendo acercarse su muerte, se retira a la Porciúncula, habiendo llamado a su protector Iacopa de' Settesoli («hermano Iacopa»). Rodeado de sus frailes, les entregó su Testamento, que quiso que se observara como suplemento de la Regla, prohibiéndoles añadirle o interpretarlo. Murió el 3 de octubre de 1226, después de la puesta del sol.

En la mañana del 4 de octubre, fue trasladado en solemne procesión desde la Porciúncula hasta la iglesia de San Jorge de Asís. En el camino, los restos mortales fueron mostrados a Clara y a sus hermanas en San Damián.

Fue canonizado por Gregorio IX, en presencia de su madre Pica, el 16 de julio de 1228, tras uno de los procesos canónicos más rápidos de la historia de la Iglesia. Se examinaron unos cuarenta milagros realizados por él. Entre ellos, la curación de leprosos, hidrópicos y paralíticos. Pero también la fuga de náufragos, la liberación de prisioneros y la vuelta a la vida después de la muerte.  

Sus restos mortales permanecieron en la iglesia de San Jorge hasta el 25 de mayo de 1230, fecha en la que fueron trasladados a la Basílica Inferior de Asís dedicada a él, construida por el Hermano Elías.

Melozzo degli Ambrosi, detto Melozzo da Forlì, (Forlì 1438 - 1494), Un angelo che suona il liuto, 1480 circa, frammento di affresco staccato, Musei Vaticani.

2 de octubre: Santos Ángeles Custodios

Mensajeros al servicio de Dios

En la Biblia, la presencia de los ángeles es constante y recorre toda la historia de la salvación. Muchos episodios se refieren a su acción y a su papel como instrumentos y mensajeros de Dios. Baste recordar, en el Antiguo Testamento, la lucha de Jacob con el ángel, de quien recibe el nombre de Israel (Gn 32,25-29), y la escalera, soñada por él, que desde la tierra tocaba el Cielo y era bajada y subida por multitud de ángeles (Gn 28,12). Pero también el ángel que sale al encuentro de la esclava Agar y le anuncia el nacimiento de Ismael (Gn 16,7ss); o el ángel que precede al pueblo de Israel en su peregrinación por el desierto (Ex 14,19). Y de nuevo los dos ángeles que sacan a Lot y su familia de Sodoma (Gn 19, 1ss), o la intervención del ángel que detiene la mano de Abraham a punto de sacrificar a su hijo Isaac (Gn 22, 11-13). O también Daniel, que fue salvado de las llamas del horno por un ángel (Dan 3, 49), o el ángel que trae alimento al profeta Elías en el desierto (1 Re 19, 5-10).

1 de octubre: Santa Teresita del Niño Jesús, Doctora de la Iglesia

Un «pequeño camino » al alcance de todos

La «estrella de mi pontificado»: así definió Pío XI a Santa Teresita del Niño Jesús y de la Santa Faz. Fue él mismo quien la beatificó, el 29 de abril de 1923, y la canonizó, el domingo 17 de mayo de 1925, en la basílica de San Pedro, ante una multitud de unos cincuenta mil fieles, de los que sólo una pequeña parte consiguió ocupar un lugar en la basílica vaticana. En aquella ocasión, el Pontífice destacó que Teresa, «consciente de su propia fragilidad, se abandonó con confianza a la divina Providencia para que, contando sólo con su ayuda, pudiera alcanzar la perfecta santidad de vida, incluso a través de duras dificultades, habiendo decidido luchar por ella con la abdicación total y gozosa de su propia voluntad».

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