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22 de marzo: San Juan Nepomuceno, mártir

Símbolo de fidelidad a la verdad y a la libertad de la Iglesia

San Juan Nepomuceno nació en 1330 (o en 1345, según las fuentes) en Nepomuk, una localidad situada en la actual República Checa. Desde joven se distinguió por su inteligencia y, en 1387, se doctoró en Derecho Canónico en la Universidad de Padua. Nunca buscó la carrera eclesiástica por ambición personal, sino que abrazó su vocación con humildad. Desempeñó diversos cargos, entre ellos párroco y canónigo de la catedral de San Vito de Praga, sin obtener nunca provecho económico alguno.

Su vida dio un giro decisivo en 1393, cuando el arzobispo de Praga lo nombró vicario general. Este nombramiento lo situó en una posición destacada y, gracias a su elocuencia y equilibrio, fue nombrado también consejero del rey Wenceslao IV. No obstante, su cercanía a la corte no estuvo exenta de conflictos. Ese mismo año, al quedar vacante la abadía de Kladruby, Wenceslao IV intentó convertirla en sede episcopal para designar a un candidato afín a sus intereses. Juan, experto en derecho canónico, se opuso firmemente, argumentando que tal decisión atentaba contra la libertad de la Iglesia. Apoyó la elección legítima de un nuevo abad y logró que se respetara, pero el rey no aceptó la derrota.

Como represalia, ordenó su arresto junto a otras tres figuras eclesiásticas. Mientras los demás cedieron bajo tortura, Juan permaneció firme en su fidelidad a la Iglesia. Al no conseguir doblegarlo, el rey ordenó su ejecución.

La noche del 20 de marzo de 1393, fue conducido encadenado hasta el río Moldava, donde fue arrojado y ahogado. Su cuerpo fue hallado al día siguiente en la orilla, rodeado de una luz extraordinaria, signo que evidenció la santidad de su sacrificio.

Existe también otra tradición sobre su martirio, que no altera el desenlace —la muerte por ahogamiento en el Moldava—, pero sí su causa. Según este relato, Juan era confesor de la reina Juana de Baviera, esposa de Wenceslao IV. El rey, impulsado por los celos, primero lo acusó de ser amante de la reina; luego, sospechando de la existencia de otro hombre, exigió que le revelara su nombre. Así, ordenó reiteradamente a Juan que le confesara lo que la reina le había dicho en el sacramento de la penitencia. Juan se mantuvo firme en la convicción de que el sigilo sacramental es inviolable, sin ceder ante las presiones ni las amenazas.

No solo se negó a quebrantar el secreto de confesión, sino que conservó su integridad y su valor frente a las exigencias del rey. Esta actitud provocó la ira de Wenceslao, que, frustrado por no poder doblegarlo, ordenó arrestarlo y torturarlo con la intención de arrancarle las confidencias de la reina. A pesar del sufrimiento, Juan Nepomuceno se mantuvo inquebrantable en su fidelidad al sacramento, convirtiéndose así en mártir de la Iglesia y de la fe.

Su figura fue venerada muy pronto en toda Europa, y en 1729 fue canonizado por el papa Benedicto XIII.

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