27 de septiembre: San Vicente de Paúl
Una vida al servicio de los pobres y de los últimos
«Dios ama a los pobres y, por consiguiente, ama a los que aman a los pobres». Así repetía San Vicente de Paúl a sus colaboradores. Nacido en Pouy, un pueblecito de las Landas francesas, el 24 de abril de 1581, en el seno de una familia de campesinos, nunca olvidó que de niño fue guardián de cerdos y vacas. Su padre le envió a estudiar a Dax, al internado de los Cordeliers, dirigido por los franciscanos, con la esperanza de que pudiera adquirir una educación que ayudara a completar los ingresos familiares.
Para redimirse de la pobreza, decidió hacerse sacerdote. Gracias a la ayuda económica de algunos benefactores, logra terminar sus estudios eclesiásticos y se ordenará sacerdote el 23 de septiembre de 1600. Posteriormente, se estableció en París y se puso al servicio de Margarita de Valois, reina consorte de Francia y Navarra, como sombrerero y limosnero. El encuentro con Pierre de Bérulle, fundador del Oratorio de Francia, le llevó a lo que él mismo denominó «mi conversión».
En 1612, es nombrado coadjutor en Clichy, cerca de París, donde se ocupa de los enfermos y los pobres. Durante este tiempo, tuvo un encuentro con San Francisco de Sales, que marcó su vida, ya que aprendió a templar su temperamento ardiente con dulzura.
Entró al servicio, como preceptor, de la noble familia Gondi, que dirigía las galeras reales. Fue encargado como capellán de las galeras, donde descubrirá la inmensa miseria de tanta gente obligada a subir a esos barcos en condiciones inhumanas.
Consternado por la miseria, tanto física como moral, de la gente del campo, dejó a un lado sus ambiciones profesionales y se dedicó por entero a los pobres y abandonados. Fue trasladado a la parroquia rural de Châtillon-sur-Dombes, hoy Châtillon-sur-Chalaronne, donde, el 20 de agosto de 1617, le informaron de que una familia entera estaba enferma y no tenía qué comer. Entonces subió al púlpito de la Iglesia e invitó a todos a ejercer la caridad ocupándose de aquella familia. En aquella ocasión, se dio cuenta de que no bastaba con la solidaridad entre campesinos, sino que hacía falta algo más y nuevo para satisfacer las numerosas necesidades de los necesitados. Tres días después, el 23 de agosto, fundó una asociación de laicos para ayudar a los pobres.
Así nacieron las Cofradías de la Caridad. Al principio, estaban integradas por hombres y mujeres, pero luego se conformaron exclusivamente por mujeres. Las voluntarias eran llamadas sirvientas de los pobres, y más tarde tomaron el nombre de Damas de la Caridad. Los Gondi querían que San Vicente se ocupara también de las condiciones espirituales de los campesinos que vivían en sus tierras, por lo que él pensó en crear un grupo de clérigos formados específicamente para el apostolado rural. El 17 de abril de 1625, los señores Gondi firmaron con Vicente un contrato en el que le otorgaban una pensión para apoyar económicamente su proyecto de la Congregación de la Misión. Sus hijos espirituales también fueron llamados Lazaristas, por su origen en el Priorato de San Lázaro en París. El lema elegido para estos clérigos fue: “Me ha enviado a anunciar la buena nueva a los pobres”.
El 29 de noviembre de 1623, fundó junto con Santa Luisa de Marillac la "pequeña" Compañía de las Hijas de la Caridad. Para ellas, no quiso que adoptaran la clausura ni emitieran votos, y mucho menos que vivieran en la seguridad de los conventos con rejas y locutorios. Las quería más libres y disponibles para servir a los más necesitados. Su vida debía estar marcada por la sencillez, sin una capilla propia y con una casa similar a la de los pobres. El fundador no dudó en enviar a sus Hijas a donde fueran necesarias, incluso si implicaba riesgo de vida, es decir, a campos de batalla, cárceles, hospitales y zonas de delincuencia. La experiencia de las Hijas de la Caridad influyó considerablemente en la evolución de la vida consagrada femenina y se convirtió, en los siglos siguientes, en un modelo para muchos institutos de vida activa.
Por sus obras de caridad y asistencia, Luis XIII lo eligió como su consejero y confió en él antes de morir. Su celo por la salvación de las almas lo llevó a enviar a sus sacerdotes de la Misión a zonas donde la ignorancia espiritual era predominante. Su amor por las almas iba de la mano con su amor por las necesidades corporales de los pobres.
Vicente murió el 27 de septiembre de 1660, pronunciando como última palabra: "Jesús". Fue sepultado en la iglesia de San Lázaro en París, y actualmente sus restos descansan en la capilla de Saint-Vincent-de-Paul, también en París. Fue proclamado Santo el 16 de junio de 1737 por Clemente XII. Es el patrono de los huérfanos, enfermeros, esclavos, galeotes, prisioneros y de las Asociaciones Católicas de Caridad.